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Es más fácil cerrar los ojos. Abrir la puerta de la casa de muñecas y albergar los deseos entre paredes de cartón plisado. Mecer en los brazos un cariño de porcelana, pasar suavemente los dedos entre su pelo de hilo de algodón. Buscar sus labios fríos, abiertos y rígidos, y entretenerse con su textura de cristal. Cerrar sus párpados al tumbarlo, y abrazarse al cuerpo blando e inerte de una almohada. Beber agua salada y nadar entre las olas de luz que se filtran entre pliegues translúcidos.